©Carlos Garrido Chalén

Prólogo

El árbol es anterior al hombre. Sin él no tendría el ser humano ni frutos, ni raíces, ni sombra. Carlos Garrido Chalén ha escrito el bello poemario Confesiones de un árbol que tiene un clima cósmico imaginativo y trascendente en el que el árbol es la primera persona. En estas Confesiones el poeta se transfigura y en un lenguaje de singulares conjugaciones expresa su ternura y su simpatía por un extraño entorno para decir: “mi jacintos crecieron para el amor del bosque” y hablará del “reflejo que ha dejado en mí la primavera” mientras nos sorprende el soñador diciendo: “Un día de estos me escaparé hacia adentro de mí mismo/ para ver si el nombre que me dieron es exacto” o en la audaz reflexión del creador de ilusiones que confiesa: “Nadie podrá impedir que me llene las manos de poblado,/ de extensión, de playa, de horizonte / y que, huyendo hacia mí mismo / encuentre en mi interior la voz del viento” o también la confesión metafísica: “Cuando fui árbol / ví el llanto de las madres / poniéndole agonía a la mirada” o esta hermosa conjetura: “No habré inventado la pólvora ni la rueda / pero me gustaría inventar / un planeta sin abismos ni alimañas / para los que nacerán mañana” donde parece concentrarse el más hondo sentimiento del predicador que domina un idioma de antiguos proverbios convirtiendo al hombre y al árbol en un solo e indisoluble ser.
Esta referencia providencialista me trae a la memoria el notable poema de Parra del Riego que viene a ser su casual antepasado, cuado canta a la mujer vegetal y le dice: “Parada un árbol…Echada un río…Sentada un alba sentimental…” y unas palabras de la prologuista de sus poemas, la escritora uruguaya Esther de Cáceres, al observar que en el espíritu romántico de los Polirritmos, más allá de alguna modulación clásica, “hace subjetivizar todas las cosas y enriquecerlas con esa fina gracia interior que une tan profunda humanidad a la visión del mundo”.
Esta “mujer vegetal” es la pareja lírica y lejana del “hombre árbol” de Carlos Garrido Chalén, tiene su misma afinación, su aire, su clima sin compromiso alguno con el trasfondo modernista ni la embriaguez metafórica del poeta peruano consagrado en el Uruguay.
Garrido Chalén habla un lenguaje propio, imaginista y actual. No participa de la lluvia y la soledad de Vallejo, de su nonchalance y su hurañez, si se me permite el neologismo. Garrido es comunicativo y dinámico, un sembrador de horizontes, un creador mágico de acordes para instrumentos musicales que no se han inventado todavía.
César Miró

Señales como palabras

Quien aborde este libro debe estar preparado para viajar de memoria hacia sí mismo, desde distintos tiempos a la vez, inmediatamente después de mis palabras. Porque este poemario de Garrido Chalén, además de conmovernos con los enigmas propios de un talento genuino, tras de las apariencias y maneras directas de sus versos ofrece una lectura imprevisible a través de la cual podemos encontrarnos (entre otras creaciones del autor) con la Historia. Con la secuencia histórica de nuestra fundación en estas tierras.
Hace cincuenta mil años, hasta donde alcanza mi memoria, los asiáticos originarios de la Amazonía nos vimos llegar por primera vez desde el Norte del Frío.
“Cuando cumpla mil años me iré a vivir al mar…
Y como he sido un árbol viviré entre corales
para seguir las huellas que dejan las barcazas”
Y por el mar hemos continuado llegando en gigantescos juncos hasta hace dos mil años. Ha poco se encontraron, en las aguas costeras de California, las anclas de granito de esos juncos. El Carbono 14 confirma que las naves vinieron desde China dos mil cien años antes que Cristóbal Colón; cuando nosotros no éramos nosotros, sino nuestros ancestros arawaks y habitábamos precisamente en ese aquí e antaño llamado California. Si los expedicionarios inicialmente guiados por Hsu Fu no llegaron a fundarnos como arawaks, sin duda cohabitaron nuestro segundo nacimiento.
“Yo estuve allí. En su centro. Con mis sueños
de disidente y agorero
y compartí su cielo cruzado por las flechas
de los pieles rojas vehementes”.
Cuando de California navegamos al Sur, no muy al Sur, constatamos que decenas de juncos semejantes a los nuestros ya nos habían precedido entre los recodos de México y Cuahotéhmocia en donde no éramos arawak sino quiché.
“Y como me empeño en recordar mi nacimiento…
salgo por allí a reproducir mis gritos de gitano
y juego a la ronda con niños que nunca conocí
pero que me aman.
Y hablo idiomas diferentes al pie de la ternura.”
En idioma quiché fue que escribimos, en esos lares que hoy son Guatemala, el libro de los libros más antiguo de esta humanidad – nombrado Popol Vuh – antes que decidiésemos viajar al fin del sur, mucho antes que los conquistadores europeos nos convirtieran de nuevo en analfabetos.
“Pero esta ebriedad la gozo cuando retorna los barcos
a los puertos
Y la disfruto mirando de reojo como regresan al mar
las olas sublevadas.”
“Y sigo al pie de la ventisca
hablando en una lengua quizás desconocida
para el bosque.”
Sabemos bien, con Don Luis E. Valcárcel, que entre los ríos Orinoco y Amazonas está la base común sudamericana formada por los grupos arawaks y quicé. Los maya – quiché, que desembarcaron en el Norte peruano, sembrarían sus voces genitoras en la lengua de yungas y mochicas que se emparejaría con la Wari y cuyos nietos directos son los idiomas quechua y aymara de nuestros días”.
“Sentía que la nuestra era la voz que heredaron
los yungas de la piedra
cruzando el firmamento…”
“Confiaba en la cautela de los juncos
enamorando al viento que llegaba..”
Los arawaks eligieron dos rutas caminadas, que – con las navegadas por los maya – quiché - configurarían la pareja plural de la cual somos hijos en el tiempo;aquellos hitos nómades que prosiguen demarcando la poligenie de nuestra identidad. No es casual que el autor sea Garrido y, además Chalén, y tampoco es casual que haya nacido en Tumbes. Tumbes y Suyang (que hoy es Sullana) estarían entre las primeras estaciones de nuestros antepasados maya – quiché.
“Yo no descubrí la pólvora
ni tampoco la rueda..
Pero nadie seguramente se opondrá
a que en compensación intente descubrir a la alegría”
En ese instante de la actualidad, cuando, hipnotizados por el vértigo tecnológico, no distinguimos ya entre escritura creadora y escritura impresa, mejor dicho: entre el acto de escribir un libro y el hecho de tenerlo impreso; cuando advertimos la solvencia de otros quehaceres e instancias inconscientes que coadyuvan, tal como la escritura, a la realización permanente que todo libro implica, la poesía de Garrido Chalén nos viene a recordar que un libro es un proceso, un sobredeterminado proceso de creación – producción, y que su simultaneidad comienza mucho antes de ser concebido y vuelve a comenzar, interminablemente, cada vez que es leído.
Y nos viene a recordar que los humanos, antes que hijos de madre, somos hijos de su memoria. Nacemos ya amamantados por la memoria materna (y hablar de una memoria prenatal es hablar de memoria sin frontera de espacios en el tiempo). Antes de ser memoria, la nuestra ya tenía el designio de sus predecesores, pues los orígenes individuales no son diferenciables para la memoria del origen, cuya misión renace como prenacimiento de memoria en memoria. Ya que cada memoria se confronta, En si misma, con la primera memoria original.
Y viene a recordarnos, también, que “habla”, “fabla” y “fábula” poseen idéntica raíz, pues habitamos un mundo nombrado con metáforas, un mundo que siempre será más mítico de lo que imaginamos.
Y viene finalmente a recordarnos que un libro, en verdad, se hace. Las palabras son fines en sí mismas, independientemente de quien las emplea, y desde lo inconsciente nos asignan sus propios discursos afectivos y memorias ilímites. Así también el libro se rebasa dentro de las temáticas conscientes de su autor y lo hace en el espacio terrenal de lo mítico, allí donde las metáforas perpetúan los instantes de un mundo amenazado por la impostura y distorsiones de la literalidad.
César Calvo

Confesiones de un árbol

Antes de ser un hombre
yo he sido un árbol bueno
sobre cuyas ramas creció por temporadas
la tarde con sus sombras.

En aquel entonces tenía mis propios tallos
y mis propias raíces
y servia de parque a los jilgueros.
Y no me molestaba cuando los enamorados
encorazonaban mi corteza
para cruzar con flechas sus sueños
en los míos.

Era un árbol firme
y nada me importaba más que ver mis frutos
venciendo el hambre de los niños;
No recogía uvas de los espinos
ni higos de los abrojos.

Tenía un alma vegetal infinitamente sensitiva.
Y eso lo sabían los grillos que orquestaban
mis fiestas coloquiales.

Era yo árbol para todos. Tronco vegetal
callado y majestuoso.
Pero sobre mi savia crecieron
mis viejas ilusiones
y mis iras.

Y me elevé al infinito irrigado por el llanto
del mismo firmamento,
y resistí estoico las ingratitudes
del clima
y sus tertulias.
Era yo un árbol con ganas de ser árbol!

Mi idioma era el idioma
que hablaban en secreto
los geranios
Y yo era para ellos como un hermano grande
rodeado de eucaliptos y gardenias.

No sé si he sido un roble
o acaso un guayacán de verdes hojas.
Solo sé que me placía servir de sombrilla
a las calandrias
Hube que conocer entonces muchas cosas.

Y a veces sentía ganas
de levantar mis raíces
y echarme a volar con las gaviotas
Y como era silvestre
me atraía la magia de los campos
y me gustaba compartir
mis soledades con la tarde.

No me van a creer, pero yo,
antes de convertirme en transeúnte
- siendo un árbol silente y majestuoso –
tenía el corazón de un ser humano.

Un árbol para los que se amaban en secreto

Cuando yo fui un árbol
le tenía miedo al leñador
y a su silencio
y de puro jactancioso permitía
que en mí se fomentara el amor
de los búhos
en las sombras.

A veces escuchaba llorar a las camelias
y era su lloro trasnochado
como el reclamo invicto de Dios
sobre el estío.

Tenía por eso mi propio duende
para trabajar misterios.
Porque era un árbol brujo. Pero antes que bueno
un árbol para aquellos
que se amaban en secreto
- yo mismo era un secreto –
En mí se perpetuaban las palabras
que los tiernos amantes se decían
y terminaba amando a esos amantes
que se amaban.

Con el tiempo comprendí
que estaba lleno de amor
sin reclamarlo
y quería caminar por las orillas de los ríos
para conversar mis experiencias
con la fauna.

No me gustaba ser un simple espectador:
quería ser también protagonistas
de amores victoriosos.
Y como era un árbol
de vez en cuando me ponía alas
para mirar desde arriba
mis raíces.
De modo que,
qué me van a decir a mí,
de las viejas alturas
las gaviotas.

Para que sepan todos el maderal que era

Alguien dirá por allí
que no fui nadie
que fui un simple helecho
copado de vacíos
pero no saben ellos del maderal que era,
pues ni siquiera fueron
insectos en mis copas.

No fueron ni bacterias ni hongos en mi alero.
Yo regulaba el clima y moderaba al viento
y protegía el suelo
de cárcavas y zanjas.
Mis jacintos crecieron para el amor del bosque
con sus colores propios
buscando el infinito.

Y fui madera buena
pues influí en la lluvia
precipitando su agua.
Por eso los que dicen que fui un simple árbol
desconocen que amando
fertilicé los sueños del gladiolo
y fui muy generoso con el trigal y el cactus
porque a los dos sin tregua
les daba mis amores.
Cuando alumbraba el alba
yo sedentaba el aire
y lanzaba a los campos
mi ánimo de puma
(y el hombre se sentía ante mí soberano
ignorando obstinado
su muda dependencia).

Yo era un leño raro, según los tulipanes
porque me homenajeaban por las noches
las ranas
y al salir las auroras
me abrazaban los mirlos.

De cómo servía para el amor y tenía mis propios mensajeros

Felizmente de mí,
no colgaron a nadie los verdugos.
Era quizás demasiado alto
para un ahorcamiento.
Servia para el amor
y tenía mis propios mensajeros.

Los científicos decían que era “un eleagnáceo
de gran infrutescencia”
pero yo no entendía de aquellas expresiones.
Mi lenguaje era el mismo del ciprés y el marabú
Y, sin traductores, me entendían
el fresno y el saúco.

Me apenaba la tristeza de los vencidos
y el drama de las tardes moribundas
y tenía la devoción de la semilla sobre el surco.

Guardaba los festejos de antiguas muchedumbres
y la historia de bélicas entregas.
A mi lado conspiran los guerreros
y se hacían el amor sin inhibirse
las urracas.

Yo no decía nada porque no hablaba el lenguaje
que ellas entendían.

No obstante, viví un conflicto
mirando a la victoria
y camuflé en mi mundo la paz de las hortensias.

Sin querer me hice amigo
del trueno y su insolencia
y del susurro bueno del río en plena jungla.

Mis mensajeros eran las aves matutinas
el arroyo, los niños,
los amantes y el cielo.

Cuando era más que un árbol, un mensaje

Como tenía el asombro
de los que se preparaban
para ir a la batalla
yo conocí camino hacia el edén
lo que era Dios en la humedad
del surco campesino
y, cuando los batracios croaban su jactancia
entre los juncos
de alfil me convertí en confesor de los arroyos,
pero siempre esperé una palabra tierna del verano
(como una criatura imperfecta
bramando a las estrellas colosales).

Humano, aunque verde claro y verde oscuro
yo era más que un árbol, un mensaje.
Por eso celebraba la vida y la muerte a mi manera
y solía entristecerme.

Algunos días
me remecía de lado a lado para no llorar
pero lloraba
y, aunque imperceptibles,
mis lágrimas gustaba compartirlas
con la bruma.

Canto para no ofrecer silencio al enemigo

Hoy, soy cualquiera de esos hombres
que atraviesan la calle
en busca de algo
y canto.
Canto para no ofrecer silencio
al enemigo.
Y aquí estoy, procreando hijos para no olvidarme
de mi tradición de hurón.

Ya no soy quizás el mismo de antes.
Hoy tengo puestos zapatos
en donde columpié raíces
y extraño mi antigua contextura. Extraño
el verde claro
y el verde oscurecido de mis hojas.

Me interesan otras cosas por ahora.
Ya no me alimento en exclusiva
del hidrógeno manso
del agua subterránea
ni dialogo como antaño con la luna.

Regreso a mí mismo para mirar
el reflejo que ha dejado en mí
la primavera
y siento que es otro mi hábitat, otra mi condición,
otra mi estancia.

Del árbol solitario, espectador de amores
que habité
queda el recuerdo solamente.

Ahora vivo en otro cuerpo, y claro, ya no ostento
el ramaje con que sombreaba inclaudicable
a las palomas,
pero conservo aún de mi anterior camino
el olor de la tierra cultivada.

Para una extraña soledad de madrugada

Los días tienen ahora
una extraña soledad
y pesan como una carga
sobre nuestros insólitos cansancios;
pero la historia sigue acunado
encuentros con la vida.

Las piedras que pisaron los saurios
sobre los demacrados rostros de la tarde
siguen allí, humeando su pasado,
y yo árbol sagrado para el festín de los cuadrúpedos
acepto el reto de meterme en esta ceremonia.
Como ayer
cuando entre dunias
gozaba con mis ángeles la luz
de los luceros.

Hoy las ciudades se han llenado impertinentes
de edificios
y, sobre el verde útil que dominó
mi calma
observo que ha crecido inútilmente la tristeza.

Pero es necesario seguir aquí,
recorriendo como albatros
el delirio,
buscando la alegría inocente de los niños
sobre la quieta decencia de los montes.
Porque hoy, la soledad no tiene dueño en exclusiva
ni menos la alegría que viene con la lluvia
que esperan los labriegos.

Los días tienen ahora
una extraña soledad
de madrugada.

En presencia del dolor y ala deriva

Tifones pleamares demarcan mi ebriedad
firman la espuma de mi encarnada presencia
y a mis tundras
sigue llegando el olor quemado
de la yesca

Ebrio de civilización
(como caléndula en el diagrama de un mapa no inventado)
abro mis poros a una heredad
y en presencia del dolor empujo a la deriva
mi autodidacta sensación de eternidad
y me deslumbro.

Y sigo al pie de la ventisca:
hablando en una lengua quizás desconocida
para el bosque.

Y ebrio de urbanismo
y aburrido de los cívicos atuendos
que me enseño a vestir el mes de otoño
espero que amanezca.

Pero esta ebriedad la gozo
cuando retornan los barcos
a los puertos
Y la disfruto
mirando de reojo como regresan al mar
las olas sublevadas.

No obstante,
sé que fue mejor la ronda de los niños
que disfrutaron conmigo sus antojos
y me pongo al centro del bull
para decir que vivo
y yo mismo me disparo para sentirme eterno
y siento que la ebriedad de la ciudad
redime con su amor a la esperanza.

De cómo la historia se aprende caminando

Ahora ya no existen
los amigos que dialogaron conmigo
en los serenos.

Entonces cómo no he de sentir
el final de los abismos.

Cómo no he de añorar la paz de las libélulas
que circundaron de amor mis alegrías.

Y la verdad es que extraño el lenguaje natural
de aquellas juntas
el formidable mensaje de los pinos
que conversaban de noche
con mi sombra.

Hoy ha cambiado la vida y la muerte
insospechadamente
y ya no existe arroyuelo bueno
al pie de la cañada
ni piedra de río manso que aquiete esta ansiedad
Y porque he sido un árbol para el amor del risco
me siento solitario.

Busco compañía entre las aves
que van hacia el poniente
y me encuentro en ocasiones
subiendo nevados
o bajando picos
en busca de esos viejos compañeros
pero no los hallo.

Y entonces sigo mi peregrinaje:
la ventisca sigue mugiendo en mis adentros.

Alguien trata de ocultar la luz encendida
debajo del almud
pero el mundo sigue su rodar, como si nada. Desdeñoso.
Obligándome a entender entonces que la historia se aprende
caminando

Poema para recordar un nacimiento

Yo nací cuando las madreselvas no escuchaban
la ominosa frecuencia de las balas
y aún no aparecía el arco iris
como señal de pacto
entre las nubes
Y entre espinos y cardos constaté, que a la siembra
seguía la cosecha.

Hoy retorno por eso
con un amor a cuestas diferente
y ésta es mi presencia de trovador
enamorado de la tarde.

Si alguien me dijera qué es lo que yo más presiento
le diría que a la vida y a la muerte,
pero que a veces
tengo dudas si estoy vivo o si ya he muerto.

Pero no quiero turbar la fiesta con presagios
y digo: yo nací, al crearse el mundo,
un tercer día.
Nací junto a la yerba y junto al gramalote.
Y ésta es mi dimensión
mi presencia de buscador
de tesoros no escondidos.

Y como me empeño en recordar mi nacimiento,
me desgarro,
con esta piel que he aprendido a conservar,
no obstante muero.

Salgo por allí a reproducir mis gritos de gitano
y juego a la ronda con niños que nunca conocí
pero que me aman


Y hablo idiomas diferentes
al pie de la ternura.
Me voy a ver el estrépito de los espinos
y mi barca de fuego navega sin querer
la madrugada.


Esta es por tanto mi promesa:
volveré con mi vorágine puesta
para trotar mañana
en esta vieja extensión
definitivamente.

Me buscaré a solas para llenarme las manos de poblado

Un día antes de estos
me escaparé hacia dentro de mí mismo
para ver si el nombre que me dieron
es exacto
y me buscaré a solas para confirmar en que extensión
moran callados mis secretos.

A lo mejor adentro
encontraré a mis amigos verdaderos.
No les extrañe por eso, si al regreso,
les cuento que anduve
con mi corazón al borde
de mi fondo.

Nadie podrá impedir
que me llene las manos de poblado
de extensión, de playa, de horizonte
y que, huyendo hacia mí mismo
encuentre en mi interior
la voz del viento.

Cuando cumpla mil años

Cuando cumpla mil años me iré a vivir al mar
(porque en la tierra no hay justicia)
y entre moluscos y peces
conquistaré el drenaje
plateado de las olas.

Seré inquilino del mar
para jurarle amores a la brisa
y dejare mis ilusiones en los puertos
para que crezca en ellos la mañana
Y en los arrecifes congregaré a las nutrias
para saber si el pescador pudo vencer a la tristeza.

Y como he sido un árbol viviré entre corales
para seguir las huellas
que dejan las barcazas.

Los náufragos, seguro, me achicarán el paso
y en medio de la espuma olfatearán mi arribo
y encontraré entre abismos
galeones que se hundieron
e intactas carabelas cuidando de sus muertos.

Cuando la marea me llegue a la mirada
me treparé a una estrella
para llorar mi calma entusiasmado
y haré que los delfines me enseñen el camino
mientras deshojo nardas
esperando el final.

El tizón de ese incendio lo inventó el corazón

Cuando fui un árbol
vi el llanto de las madres
poniéndole agonía a la mirada
y el rictus de las viejas zambapalas en la noche
me hablaba de sus penas.

Triste vi herir al corazón humano
con fuegos inventados
por la duda
y admiré el vuelo bimotor de los chilalos
sobre el cielo.

Sentía que la nuestra era la voz que heredaron
los yungas
de la piedra
cruzando el firmamento
y disparándole en silencio a las urracas.

Allí residían los arroyos eternos
con platinos encantos
robados de las cumbres,
y, árbol sin tregua, me convertí en guerrero
una mañana
y en la choza y la reja del hombre me hice sombra
y una alondra en el día me dejaba un mensaje
que decía: - No mueras,
el tizón de ese incendio lo inventó el corazón.

Mirando como el viento se llenaba de oeste y de horizonte

Nabú es un lugar del mundo.
Y yo estuve en sus inicios
mirando como el viento
levantaba las crines
de los garañones
y me metí en su magia de pueblo
y en sus cantos.
Allí vi a curtidos jornaleros
reclamándole a la tierra
su ternura.
Después Nabú creció. Y yo seguí en la fiesta
de saber que era un pueblo
para ofrecer mi sombra
en las mañanas.
Y me decía: yo pertenezco a Nabú
y a sus colonos.
Soy parte de su piel y su silencio. Y la noche
me recordaba
que era un árbol también
para los búhos.

Nabú, en consecuencia, es parte de mi sangre
de viejo conquistador
y de gitano.

Yo estuve allí. En su centro. Con mis sueños
de disidente
y de agorero
y compartí su cielo cruzado por las flechas
de los pieles rojas vehementes.
De manera que no puedo olvidarme de Nabú.
Yo estuve en su granizo
y en su viento levantando caravanas
y ví cómo la lluvia crecía sobre el césped
de sus hondonadas
cantando al ritmo de las aguas
que bajaban.
Nabú es un lugar del mundo y yo estuve
en sus vertientes
mirando como el viento
se llenaba de oeste y de horizonte.

Preparativos para una fiesta de la amistad

Antes de llegar a esta tierra prometida
yo vi llorar a las magnolias
sobre los charcos del campo
en el otoño.
Y ví el reclamo de la hembra insatisfecha
sobre la carpa del trampero
en la montaña.

Y estuve también helándome en la nieve
y navegando en canoas
ocultas por la espuma
de los rápidos.

Confiaba en la cautela de los juncos
enamorando al viento que llegaba
y bajo el lomo de las olas espumosas
miré a los alces cargar su infidelidad
sobre sus frentes.

Yo era un árbol que paseaba por la yesca
y en esos avatares aprendí
que la amistad es patrimonio
de los que apuntan al mañana.
Por eso hoy, que regreso a mi peñasco prometido,
invito a mis amigos verdaderos
para que vengan a mi casa
y me conozcan:
soy amigo del águila y el cóndor.
Con ellos aprendí a conocer
la altura del amor
sobre sus nidos
y disfruté en sus alas los gritos del abismo.
Por eso hoy sé lo que vale la ternura desde lo alto
y sé que la amistad l inventó Dios
para tener un pretexto a su regreso.

Vengan entonces a mi casa. Hoy haremos fiesta
por la amistad que todo lo engrandece
haremos fiesta por el reclamo de la hembra
sobre la carpa del trampero en la montaña.




De cómo participé del vuelo de las aves y la vida

Porque participé del hospedaje cimarrón
de los Emperadores
y con mis ojos de topo
me entregué al frío casto de la luna
yo vi resucitar a la hija de Jairo
en la frontera
y vi la estirpe de la serpiente devorar las aves
y al Hijo del hombre morir en el Calvario.

Árbol aún, poblé Getzemaní
desde antes del dolor supremo
y participé conmovido del espectáculo de amor
de los poros sangrientos.

Vi el corte a navaja del Mar y en su fango
de fonda provinciana.
Y estuve también junto al Curul de los Emires y Califas
contemplando a los pájaros hendir el aire
de la pascua.
E imaginé a Dios
jugando ajedrez con las torcazas.

No porque fui árbol carecí de entraña y de certeza.
Si pude vencer al huracán
qué me pudo alegar de furias el tornado.

De cómo participé del vuelo de las aves y la vida

Porque participé del hospedaje cimarrón
de los Emperadores
y con mis ojos de topo
me entregué al frío casto de la luna
yo vi resucitar a la hija de Jairo
en la frontera
y vi la estirpe de la serpiente devorar las aves
y al Hijo del hombre morir en el Calvario.

Árbol aún, poblé Getzemaní
desde antes del dolor supremo
y participé conmovido del espectáculo de amor
de los poros sangrientos.

Vi el corte a navaja del Mar y en su fango
de fonda provinciana.
Y estuve también junto al Curul de los Emires y Califas
contemplando a los pájaros hendir el aire
de la pascua.
E imaginé a Dios
jugando ajedrez con las torcazas.

No porque fui árbol carecí de entraña y de certeza.
Si pude vencer al huracán
qué me pudo alegar de furias el tornado.

Por ellas que comprendieron de mi ternura azul y de infinito

Los acantilados nacieron
en mi presencia salvaje
sedimentados por la furia insólita
del alisio
y yo participé en ese rito
entre arrecifes visitados
por la marea azul
en permanente orgía
con la muerte.
Y era grandioso el espectáculo:
la corteza se hinchaba
y los océanos
talaban los durmientes
para formar un laberinto tortuoso de pantanos.
La luna nos hablaba el idioma de Cibeles
y eran los saurios compañeros
de esa prehistórica soledad
que nos amaba.

Con el tiempo nació el mapache
Sobre la fortaleza monacal
de las praderas
y me trasladé del peñasco a la campiña
presuroso
y entre nardos fragantes conocí a los cisnes
sobre el espejo traslúcido del lago.

Allí comenzó a crecer
mi ilusión de enamorado
y empecé a amar en silencio a las caléndulas
que se acercaban a mi en pos de sombra.
Y en efecto las cubría de amor y de mañana
y ellas disfrutaban de mi insistencia de hombre
en la montaña.
Gustaba de mis tercos sueños de cabalgador
a la deriva.
Pero nadie me creyó la historia
de los acantilados.
Nadie imaginó que hubiera estado
entre arrecifes, peñascos y pantanos.
Mas no importaba: yo era ahora
canción para la vida.
Y ellas comprendieron de mi ternura azul
y de infinito.

Pensando que la soledad es un fracaso de la noche

Estoy lleno de civilización,
pero conservo mi presencia silvestre
cuando amo
y al borde de mi zozobra me quedo
mirando el infinito
poniéndome la noche en la mirada
para ver
como se estrella de luces el espacio.

Me pongo a mirar la vida
y encuentro
que las ciudades quedaron asoladas
y en las hayas hicieron su casa
las cigüeñas
y vuelvo a mi caverna para meterme
en mi piel de primitivo
y, salvaje como soy, me entrego preferible
a la rutina del recolector de frutas
y del pescador en busca de su presa.
Y sigo en mi totalitarismo
en busca de una caverna amiga
para anochecer
sin miedo a las libélulas.

Y la pregunta bíblica retumba en el espacio:
Quién echó libre al asno montés
y quién soltó sus ataduras”
y pienso en el retorno y en los niños
que militarán muy cerca de la pena,
pienso en los hijos del águila
y en la casa del gorrión
que fue desbaratada por la muerte.
Y sigo aquí como cavernario
pensando en la esperanza.
Me miro, y en mis ojos contemplo a mis hermanos
que vuelven a la vida.
Y se me da por pensar que la soledad
es un fracaso de la noche.

De cómo descubrí el vuelo de las gaviotas en el cielo

Yo estuve en el lagar
navegando en la fuente primigenia
del estanque encantado
y contemplé los picos dorados de las garzas
y la sombra de las uvas
en las viñas.
Estuve también
husmeando en la guarida
de los viejos chacales
el bullicio.
Las palomas blancas
sobre el mármol natural
me amaban sin reparos
y yo recorría con deleite
el fuego de esos páramos
y eran mis copas de plata y de cristal
como una sinfonía inédita
de ausencias.

(Lo que no me gustaba eran los bárbaros
que derramaban el vino en el pavimento).

Pero estuve en el lagar
mirando la luna llenarse de romance.
Y descubrí el vuelo sedicioso
de las gaviotas que regresaban
al fin de la jornada
y me preguntaba quién podía ser yo mismo
si mi conversación no llegaba
a las estrellas.
Y como no obtenía respuesta
me acordaba de dios:
Sálvame, le decía
de las mareas y de las balas asesinas
y perdidas
del aire incompleto de las punas blancas
y del viento agregado de las quebradas
secas.

Y seguía en el lagar repartiendo mis ansias
en la arena
viendo a las aves amarse a su manera
con toda su libertad y su ternura.
Y era el fuego de esos páramos
oportunidad infinita
hacia la vida.

Promesa para una tierra a la que volveré para seguir viviendo

Hoy sigo presumiendo
de mis antecedentes de árbol
pero, en lugar de nudos, tengo ahora
una vieja conspiración metida
en mis entrañas.

Disfruto de mi amistad
con esta tierra
a la que volveré
para seguir viviendo de repente.
No obstante, desconfío de los matorrales
Porque tras ellos puede haber un reptil
en pleno acecho
Y porque sé que el olfato
puede recordar aromas
que la mente ya olvidó entre los siglos
vivo cuando quiero
los avatares del árbol
que incubó mis sueños de gitano
y disfruto de esos sueños de amor
y de nostalgia.

Soy un viejo soñador que ha despertado
convencido
que los sueños se cultivan.

En donde pernoctó con sus sueños de grandeza, la totora

Estoy ahora entre un surco de cielo y de montaña
dispuesto a una alianza con la vida
y descubro que con frecuencia regreso a ser madera.

Desfilo tras mis sueños de amante y mis quereres
para conspirar al pie de la ruleta
y siento que estoy parado en un camino diferente
del que me desmonto muy de vez en cuando
para comprobar si en las afueras
han crecido los mangales.

Y sigo aquí
con mi salvaje violencia
de puma amaestrado,
gigante hasta el cansancio de mi sensualidad fecunda;
porque es gigante, mi nuevo interior
de carpintero
gigante, el surco,
en donde pernoctó
con sueños de grandeza,
la totora.

Junto con los que recogían mi sombra en las mañanas

Crecí exactamente
en el espacio aéreo de Dios
y en su distancia
y fui vigilante sin prisa
de sus viejos caminos;
sin embargo, estuve quieto
para sus ojos
que recogían mi sombra en las mañanas.
Y hasta mi llegaba el viento lamentándose.
“Ay de ti Corazón
Ay de ti Betsaida..”
Era un árbol de extraño parecido,
según lo comentaban
las palomas.

Mis hojas eran verde
como la verde ternura de los campos
y yo sentía en ellas el sufrir del colibrí
sobre su nido
y soñaba en mis adentros que mis frutos
acababan su hambre y su destierro
soñaba como un niño
al lado de su madre inacabable
(y me gustaba soñar de esa manera).

Pero tenía también mis propias pesadillas
y sufría penas insondables
Sufría como aquellos trashumantes
que perdieron la risa y la mirada.
Era un árbol
demasiado sentimental
para ser árbol.

Buscando la paz que se llevaron en su vuelo las palomas

Ha crecido en nuestro pecho
la ilusión de la gaviota que regresa
y éste es el latido de un amor
para los días que se vienen
la hora del labriego
que se solaza en el misterio
del campo cultivado.

Descubro, entonces,
que la palabra pertenece
a todos y a nadie al mismo tiempo
que ahora importa la ilusión
cuando nace del fondo
de una garganta ansiosa
de esperanzas
y pertenecemos a la semilla que siembran
los desnudos en la noche
mirando hacia la vida.

Por eso siento que el cóndor
debe volver a sus alturas
y aunque insospechada, la palabra
volver a ser incendio en la pradera;
porque el mundo construye sus propios caminos
más allá de la queja y de la espera.
Y en una esquina
un Continente se levanta subversivo
para buscar la paz
que se llevaron en su vuelo
las palomas.

Voy a inventar un planeta para los que nacerán mañana

Yo no descubrí la pólvora
ni tampoco la rueda
que hizo que el asfalto
urgente se inventara.
Otros se adelantaron a mi.
No me dejaron
ni inventar la pólvora
ni inventar la rueda.
Pero nadie seguramente se opondrá
a que en compensación
me dejen descubrir a la alegría.

Más sigo aquí mirando entristecido
como el azul del cielo
se llena de borrasca
y veo que al saltamonte
le robaron su voz y su palabra
y entonces dudo poder llegar al júbilo
esta noche.

Por eso sigo siendo un inventor
sin invento,
que quiero algún día, sin embargo,
crear una sonrisa para los niños
que no vivieron jamás la navidad
como otros niños.

Inventar un mensaje inédito de amor
para que millones de palomas
lo lleven por el mundo jubilosas:
para que las guerras se peleen,
de hoy en adelante,
con las mismas armas
pero de juguete,
con las que de niños solíamos derrotar
al enemigo imaginario.

Inventar un nuevo país
para los que se aman
en secreto.
No habré inventado la pólvora ni la rueda
Pero me gustaría inventar
un planeta,
sin abismos ni alimañas
para los que nacerán mañana.

Cabalgando una nube, al borde de un relámpago

Hoy retorno a mi edad de gurú
constelado de un fuego permanente
y tengo la cronología del regreso
para un inventario físico
que he programado realizar
sobre mí mismo.

Volveré
cabalgando una nube
al borde de un relámpago
para recoger la imagen
que me robó el espejo una mañana.

Mis amigos sabrán entonces
que tuve la fascinación
de las libélulas
y que este fuego nació conmigo
mirando el dolor invicto
de la noche.

Sabrán que vine desde el estrado de Dios
para servir de brisa
a las cucardas.
Y entonces todo será diferente. El amor
llenará de cerezos las praderas
Y ya nadie se querrá bajar del mundo
al final
del paradero.

Necesidad de un marco para este amor que se desborda

Porque soy un heredero
que busca el pueblo de su herencia
y estoy mirando a las caléndulas
que se llevaron mi voz
por el espacio
hoy quiero ponerle marco al amor
de todas las edades
Marco a la ilusión de regresar
para encontrarme con un mundo diferente
al que sufrimos
Y sé que ahora soy distinto al que anoche
frecuentaba la piel de los fantasmas.

Y te miro a ti que eres mi milagro
interminable
y entonces sé que tu camino es exactamente mi camino
y me desbordo
me voy hacia tu estancia
y te siento viniendo a mi morada.

Corro entonces a tu encuentro para gozar tu asombro
y me retrato en tu vertiente
mientras exijo un marco
para estas proclamas de amor
urgentemente.

De cómo he regresado a la tierra prometida

Ahora estoy encima del Monte prometido
y en mis vuelos de alcatraz
regresando al punto de partida
en mi fiebre de hijo predilecto
y en mi complejo de cascada
cayendo sobre la fuente madre de los acantilados.

Y a los que me conocen les digo que esté
es mi regreso
que he venido enamorado a pernoctar
en el paisaje de las nuevas ciudades
que he inventado
y soy como el viento del Océano que nunca se niega
venir a tierra firme.

Y al llegar he observado que el sol convive con la noche
y dentro de casas la luna alumbra
con su luz prestada y su horizonte.

Y yo -- viejo lobo de mar –
me tiro a la pesca sin redes ni navíos
en busca de la vida.

Carlos Garrido Chalén

Carlos Garrido Chalén

Datos del autor

Carlos Garrido Chalén (Tumbes, Perú, 1951). Poeta, abogado y periodista. Premio Nacional de Poesía. Presidente de la Unión Hispanoamericana de Escritores, Embajador Universal de la Paz en el Perú del Cìrculo de Embajadores de la Paz de Ginebra, Suiza; Past Decano del Ilustre Colegio de Abogados de Tumbes. Tiene publicados, entre otros: Itinerario del Amor en Vallejo (ensayo, 1991); y, de poesía, El sol nunca se pone en mis dominios (1993); Confesiones de un árbol (1997); Memorias de un Ángel (2003). Ha obtenido diferentes premios y distinciones nacionales e internacionales y postulado al Premio Cervantes 2008.